Guajira

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Como afirma una amiga con mucho humor: “La expresión tierra de contrastes siempre se puede emplear para definir un país; ya sea por la gente, los paisajes, su riqueza y pobreza, su comida… puedes usarla y siempre quedarás como un intelectual”. Y a pesar de ello, tras visitar La Guajira, a mi cabeza viene constantemente la idea de contraste. Acostumbrada como estoy en Colombia a contemplar  selva, la llegada a este departamento para mí ha sido impactante. El paisaje de La Guajira, dominado por aridez, dunas y desierto, tiene personalidad propia.

El punto de origen para cualquier recorrido por La Guajira se encuentra en Riohacha, capital del propio departamento. Una ciudad con no demasiado atractivo estético salvo por unas preciosas playas donde gente local y palmeras ocupan cada metro cuadrado de arena que se precie. Tomar una cerveza mientras atardece a tu alrededor es siempre una agradable y relajante experiencia, para iniciar las vacaciones.

Cuando llegué a la zona, suponía que podía ser relativamente fácil hacer la excursión sin necesidad de contratar a una agencia, es decir, alquilar por mi cuenta un coche y empezar a recorrer. Pero no se tarda mucho en comprender (cuando uno va por los caminos) por qué es necesario ir con personas del lugar. En momentos los carriles son poco más que una ligerísima marca de ruedas entre espejismo y espejismo, sin duda precioso.

Repostar gasolina en una “gasolinera” local (es decir, un chico que te surte de gasolina traída directamente de Venezuela, ayudándose de un bidón y un pequeño tubo), es algo tan típico como visitar una mina de sal o las dunas más cercanas.

Tal vez éste no sea el departamento ideal para los más sibaritas, ya que la visita no puede hacerse en menos de 2-3 días (yo aconsejo 3 pues sino no es posible llegar al extremo norte de la península), durante los cuales es necesario pernoctar en una cabaña local, ya que no existen otras opciones en cuanto a alojamiento. En algunas de ellas se puede optar entre dormir en cama o hamaca, pero en todas ellas, el agua potable es un bien muy escaso, y por lo tanto racionada en cuanto a tema de higiene. Eso sí, despertar en una hamaca, viendo únicamente el mar de frente, es una sensación que no tiene precio.

Como he comentado, la fauna en Guajira es mucho menos abundante, eso sí, las cabras están allí donde uno mire. Criadas por la gente local son una de las principales fuentes de alimento. Algunos de sus platos más conocidos están hechos con chivo, y es muy recomendable probarlos. Ni que decir tiene que cualquier pescado del día es también una buena opción para los menos aficionados a la carne.

No podemos olvidar que este departamento es la cuna de la cultura wayuu; sus gentes, cultura y famosos tejidos pueden verse por doquier. Si bien yo no soy para nada aficionada a las compras, cualquiera que quiera hacerse con uno de estos conocidos bolsos, se encontrará en el lugar indicado.

A todo el que vaya lo invito a pasear sin prisas por este paisaje, ver anochecer en el faro del Cabo de la Vela, subir al pequeño santuario de Pilón de Azúcar y darse un buen baño en una de las playas casi desiertas que se encuentran. Eso sí, mejor no olvidar llevar el agua potable y las mil y una cremas protectoras necesarias para destinos como este.

Un viaje, con lo que algunos pueden denominar «pocas comodidades», y que ha sido de las mejores experiencias y más relajantes que he tenido en Colombia, no veo el momento de repetirla.

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