La llegada a Cazorla es la culminación de una carretera con el encanto que tienen los paisajes andaluces en los que se suceden pequeños pueblos blancos; por las ventanas del coche se ven pasar miles y miles de olivos además de los distintos cultivos dependiendo de la época del año.
Como en otros tantos pueblos de la geografía española, en Cazorla parece pararse el tiempo cuando uno llega, las prisas no existen, los habitantes caminan relajados o se sientan en las distintas plazas a pasar las horas charlando unos con otros. El prototipo del anciano con bastón y gorro que nos mira con simpatía abunda allí donde miremos.
Desde el desayuno de pan con aceite hasta el caminar por las calles se convierten en una experiencia única. Nuestro recorrido empezó por el centro de la población y continuó visitando el castillo de la Yedra, ruta que si volviera a repetir en Agosto, como hicimos, al menos acompañaría por una botella de agua.
De Cazorla mi mayor recomendación es perderse por las calles, recorriéndola sin prisa y parando a comer en aquellos lugares donde veamos personas locales, pues el suyo suele ser el criterio más fiable.
Un lugar que nos sorprendió muy gratamente resultaron las Ruinas de Santa María, enmarcadas con la montaña a su espalda y de estilo renacentista. Estos restos, en los que hasta hace poco se celebraban conciertos, se erigen encima del río Cerezuelo. Este dato es el más interesante pues, aunque el exterior de las ruinas se haya conservado muy bien, con mucho cuidado, y merezca la pena verlo, lo que realmente sorprende son sus cimientos construidos conservando el curso del río y conformando una bóveda encima de él.
En cualquier caso, también podemos sencillamente entrar en cada iglesia, museo, local, que nos parezca digno de ver, seguro que nos topamos con una de las agradables sorpresas que este pueblo tiene reservadas para los visitantes.
Disfrutad de un fin de semana en Cazorla o alargad la estancia y aprovechad para recorrer la Sierra y sus distintos paisajes.