Fue uno de esos viajes que surgen sin saber cómo. Una oferta de un hotel en temporada baja, un billete de avión low cost que coincidía con las fechas y la posibilidad de alquilar un coche, todo por menos de lo que nos costaba (solo en gasolina) movernos a alguna ciudad de España el fin de semana.
Realmente es un país muy peculiar. Mi primera impresión fue estar llegando a aquella España que nos enseña «Los santos inocentes», donde el tiempo no ha pasado y los ancianos se sientan en las puertas de las casas a ver pasar la gente y la vida.
Nos habían contado que se hablaba italiano e inglés allí, lo cual me encantó pues intento no perder la oportunidad de repasar idiomas, pero cuando lo intentábamos, nada más lejos de la realidad; el italiano simplemente opté por descartarlo pasada una hora, y el inglés, si bien lo hablan, es menos comprensible de lo que yo esperaba para un país del que se supone es una lengua principal.
Está muy presente la mezcla de culturas en este país, personalmente me parecía un pueblo árabe, con trazas mediterráneas (me refiero a la Europa mediterránea) y a los que habían enseñado a hablar árabe con gestos más que italianos, realmente curioso.
¿Su gran atractivo turístico? las playas, de las que no disfrutamos demasiado, más que para bucear, debido a la época del año en que fuimos; si puedo decir sin embargo que en especial las de las islas de Comino y Gozo disponen de pequeñas calas de un colorido azulado hipnótico.
Un sitio más que recomendable siempre y cuando a uno no le importe el exceso de ambiente rural. Es fácil recorrerlo en coche en 2 días, por lo tanto hay que relajarse y olvidar la mentalidad del turista ansioso por verlo todo y verlo ya. Es posible llegar a aprenderse las carreteras de todo un país en solo un fin de semana.
Ah, y como en cualquier nuevo destino, no hay que olvidar probar la gastronomía de la zona, sobretodo un plato de pescado o conejo.