Es, junto con Villa de Leyva, uno de los pueblos coloniales mejor conservados y con más encanto del país. Esta localidad se encuentra en la provincia de Santander y su parte antigua fue declarada patrimonio cultural del país debido, tanto a sus construcciones del siglo XVIII como a la disposición urbanística de las mismas.
Barichara se erigió en una zona elevada, de forma que puede vislumbrarse Kilómetros antes de llegar, especialmente a ciertas horas en que los suelos de piedra reflejan el sol dibujando las calles con total claridad.
La mejor manera de conocer este pequeño pueblo es recorrerlo a pie, si bien esto puede resultar algo duro ya que sus calles tienen una inclinación considerable. No hay que desanimarse por eso ya que siempre podemos acusar cansancio para disfrutar de un rapado (una forma antigua de hacer helado) del sabor que más nos guste o simplemente hacer uso de un moto-taxi.
Son muchos los artistas que se han afincado en Barichara, gracias a esto, si se viaja allí en una época de poco turismo, es posible disfrutar de un recorrido por las muchas casas que abren sus puertas y patios para mostrar esculturas, pinturas y demás obras de arte, y disfrutar de la cálida acogida de los habitantes.
Según nos contó gente de la zona, el color verde de los zócalos de las casas tiene su origen en disputas políticas que se sucedieron hace tiempo; en aquel entonces cada uno mostraba su inclinación ideológica pintando su casa de color rojo o azul. Al ser fácil identificar al “contrario”, y existir gran tensión y discordia entre ambos pensamientos las disputas no dejaban de sucederse. Viendo que el problema se hacía más y más grande se llegó a un punto en que las autoridades obligaron a unificar los colores en todo el pueblo, lo que al menos evitaba algún conflicto inmediato.
Las mejores vistas de la población pueden disfrutarse desde la parte más alta de las calles. La vista general, las calles en pendiente, el dibujo pintoresco conformado por las cubiertas en teja que descienden siguiendo la inclinación de las calles… todo invita a quedarse siempre un día más.
Por otro lado, como extranjera que aún no tiene muy claro el verdadero nivel de peligro de un país, admito que me resultó, cuando menos desconcertante, encontrar un cartel en la calle que previniese sobre batidas. Aunque, visto el ambiente que nos rodeaba, era lógico llegar a la conclusión de que, hoy en día, es simplemente un anuncio bastante alarmista.
Invito a turistas y curiosos a darse una vuelta por este pueblo con tanto encanto, y en el que no olvidarse de observar con detenimiento las construcciones, desde el barro usado para algunas, hasta la altura de las aceras que suponen todo un reto para los que como yo, a duras penas superan 1,60 m.
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